Miedo a tu poder

Decía Marianne Williamson en su libro “Volver al amor” que nuestro miedo más profundo no es ser inadecuados. Nuestro miedo mayor es nuestro poder inconmensurable, es nuestra luz, no nuestra oscuridad lo que nos aterra. Optar por la mezquindad no sirve al mundo, no hay lucidez en encogerse para que los demás no se sientan inseguros junto a ti. Nuestro destino es brillar como los niños, no es el de unos cuantos es el de todos. Y conforme dejamos que nuestra luz propia alumbre, inconscientemente permitimos lo mismo a los demás. Y al liberarnos de nuestro propio miedo nuestra presencia automáticamente libera a otro.

Yo aprendí a reprimir mi fuerza, mi voz, mi poder y mi energía sexual (todo partes de lo mismo), para no incomodar, para que no me abandonaran, para que no dejaran de quererme, para no resultar demasiado intensa, demasiado intimidadora, demasiado perturbadora, inadecuada.

Para que no me juzgaran. Para que no me criticaran. Para no decepcionar. Me sentía demasiado vulnerable, sentía que no estaba bien sentirme poderosa, erótica o sexual. O mostrarme. Entonar mi voz, por lo que entoné otras voces. No confiaba en mí.

No estaba bien ser yo. Peor aún, no era seguro serlo.

¿Qué pensará la gente?, ¿Quién soy yo para hablar de esto?, ¿Y si me malinterpretan? ¿Y si me juzgan y me critican? ….¿Y si dejan de amarme? o peor… ¿Y si no soy digna de amor?

Lo hice sin saber que lo estaba haciendo hasta que mi cuerpo empezó a gritarme las consecuencias.

Las consecuencias de la falta de honestidad y la traición hacia mí misma. Las consecuencias de las veces que me abandoné.

Debajo de todos estos miedos encontré una herida muy profunda, la herida de la indignidad: ¿y si no soy digna de amor?

Hay un profundo terror a no ser amados por quienes somos. Sin más. Por SER.

Sentimos que si realmente nos vieran como somos, si vieran esta verdad, dejarían de amarnos. Y así el tesoro tan precioso que está dentro de nosotros permanece oculto, en una gruta oscura, húmeda y profunda. Y hay un eterno anhelo de vida, el de esperar ser descubiertos. Vistos. Reconocidos. Esperando en silencio que este tesoro sea visto por otros ojos, pero manteniendo en secreto su existencia… ¿Cómo puede nadie descubrirlo?

¿De dónde viene este miedo?

Hay muchísimos factores que han influido en su origen y en cómo se ha ido alimentando a lo largo de nuestra vida.  De algunos de ellos os hablo en esta entrada.

Nuestras heridas más profundas derivan de nuestra necesidad insatisfecha de amor incondicional por parte de nuestros padres o las figuras que estuvieron a nuestro cargo cuando éramos niños.

De la necesidad de haber sido vistos y reconocidos. Que cada una de nuestras partes fueran acogidas. Que todos los rinconcitos de nuestro Ser fueran honrados.

De su incapacidad para esto. Su incapacidad que afectó a la nuestra.

Crecimos internalizando la idea de que no somos dignos de amor. Que hay algo profundamente mal en nosotros.

Tememos que la verdad de lo que somos no sea aceptable. Así nos anestesiamos desarrollando mecanismos de defensa, estructuras y corazas que nos desconectan de nuestro cuerpo, y de la vida misma.

Si no estamos en nuestro cuerpo, no estamos aquí.

Si no estamos aquí, la Vida no puede pasar a través nuestro.

Para recuperar la confianza y conectar con nuestra voz, hay que mirar esta herida de frente.

Y la herida está alojada en el cuerpo.

Nuestro cuerpo está profundamente conectado con nuestras emociones y nuestra mente inconsciente  y también contiene todos los traumas y experiencias que hemos vivido.

Al principio es muy incómodo y difícil comenzar a sentir en nuestros cuerpos aquello que silenciamos. Pero a medida que lo hacemos, descubrimos que el cuerpo tiene una capacidad innata para sanar, para liberar. Tiene una sabiduría infinita. Y también tiene el perdón.

Cuando nos empezamos a hacer amigas de nuestro cuerpo, a confiar en él, a amarlo y aceptarlo, abrazarlo, creamos nuestro hogar seguro. Nuestro lugar en la Tierra.

Así es como cultivamos la resiliencia necesaria para recuperarnos de los juicios y la imperfección.

Esta capacidad cambia radicalmente nuestros miedos.

¿Por qué tendríamos miedo de lo que otras personas piensan de nosotras, si nos aceptamos completamente?

¿Por qué darle tanta importancia a un error, si esos errores no son en absoluto un indicio de que hay algo mal en nosotras?

A medida que aprendemos a darnos este espacio, nos volvemos más seguras, auténticas y capaces.

Durante mucho tiempo yo sentí que algo en mí no estaba bien. Algo en mí intimidaba a otros, los revolvía, les generaba rechazo. Les hacía cuestionarse.

“Eso” que no soportaban, era darse cuenta de cómo ellos habían reprimido su propio poder, cómo lo habían rechazado ellos también. Era la parte de ellos furiosa y dolorida por permanecer entre rejas, mirando desde su exilio.  

Era su debilidad sintiendo su status quo amenazado. La herida en ellos sorprendiéndose vista. Cuestionada.

Algunos hombres me abandonaban porque se sentían pequeños a mi lado, inseguros, vulnerables. Ellos tampoco estaban conectados con su poder.

Muchas mujeres me rechazaban, se sentían amenazadas por mi presencia, me envidiaban y criticaban.

Otras personas no entendían mis decisiones, porque ellos no eran capaces de tomar decisiones.

La libertad implica hacerse responsable de uno mismo.

Qué incómodo es esto.

Qué incómodo hacerse responsable de uno mismo. Es doloroso.

Tomar decisiones que respeten tu voz implica abandonar lugares, relaciones, situaciones, trabajos. A veces incluso a tu propia familia, hasta que el sistema energético familiar vuelve a acomodarse desde esta nueva visión, a tu voz y a tu nueva realidad.

Supone abandonar espacios en los que estamos acomodadas pero profundamente infelices, desconectadas, frustradas. Viendo la vida pasar mientras otros crean puentes hacia ellos mismos.

Muriendo un poco cada día.

Conectar con tu poder implica asumir las consecuencias.

Tomar acción.

Implica sostener vacíos y emociones. Encarnar en tu cuerpo.

Abrir puertas que jamás se volverán a cerrar. Demasiado riesgo.

Salir ahí fuera requiere exponerse.

Disponerse a ser malinterpretada. Rechazada. Amenazada.

Es salir sin escudo ni espada a recibir todos los golpes y a pesar de ello seguir caminando con tu verdad por delante, sabiendo que tienes un refugio al que volver de cada vez: Tú.

Es ponerse del lado de la Vida, aceptarla, permitir que su potencia y su fuerza fluyan por tu cuerpo, a través de ti.

La Vida es pura sensualidad, es exuberancia, abundancia, es sexualidad, es procreación, es poder, es potencia, es furia, ira, dolor, es impermanencia, contraste, sorpresa, descontrol. Es contradictoria. Es destrucción. Es nutrición y dulzura. Es compasión. Es caótica y absolutamente lógica.

¿Cómo iba a haber algo malo en eso?

Eso también eres tú.

Es darte el permiso para ser tú con TODO.

Darte el permiso para perder el control y asumir tu potencia.

Escucharte y validarte. Conectar con tus emociones

Validar todo eso que sientes y escuchas dentro de ti. Conectar con tu intuición y ser tu soberana, quien decide lo que está bien o no para ti, a pesar del rechazo, del juicio, de la crítica que proviene de las heridas de aquellos que te miran y te juzgan.

Gran parte de la tristeza y de la confusión que arrastramos las mujeres surge de nuestra incapacidad para conectar con nosotras, con nuestros deseos, impulsos, anhelos. Sentirnos seguras cuando nos expresamos intuitivamente.

Es esta intuición la que crea el puente que te lleva a tu poder inmenso.

Y saber que no estás  aquí para complacer a nadie ni ayudarles a comprender cómo eres o apoyar su esperanza a cerca de cómo deberías ser.

Saber que no estás aquí para que puedan confirmar una y otra vez su idea sobre ti.

Saber que no estás aquí para no decepcionarles.

Ni  para cumplir con sus expectativas.

Ni para cargar con sus pesos, ni los pesos de las mentiras que se han contado.

No eres responsable de ellos ni de cómo se sienten.

Estás aquí para ser real. ​

Estas aquí para SER REAL y PODEROSA.

Estás aquí para ser TÚ.

Que estés bien,

Lorena

PD: Puedes hacer mi meditación para enraizarte en tu cuerpo y volver a tu centro AQUÍ.

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4 comentarios

  1. Excelente el material, difícil ponerlo en práctica. Y llega justo en el momento en el que atravieso una lucha interna tratando de empoderarme de quien verdaderamente soy. Por qué me cuesta tanto amarme, aceptarme, respetarme? Fura la tarea, pero a estas alturas no creo que rendirme sea la opción. Gracias…

  2. ¡Gracias por compartir! Bendigo el Dios que habita en mí y en todas mis hermanas universales. me identifico con el artículo, cundo falleció mi padre sentí un tsunami dentro de mi, quise tapar el dolor, el vacio con fiestas para no sentir. hasta que elegi hacerme cargo de mí trabajando mis emociones, fue un proceso doloroso doy gracias a Dios por todo lo vivido; gracias a todas mis heridas, acepto la vida que me dieron mis padres con gratitud, amor y respeto.
    Renacer amoroso y feliz.

  3. Ah no, rendirse nunca es una opción, a no ser que sea un rendirse a la sabiduría de tu Alma.
    Te cuesta amarte porque no te han enseñado a hacerlo querida. Te han enseñado a hacer lo contrario. Pero esto es una práctica que se aprende, y te sorprenderás de lo rápido que se hace y la transformación tan profunda que te regala.
    Puedes empezar repitiendo cada día este mantra: “Me amo y me acepto completa y profundamente”. Que es la frase que se utiliza en EFT y es tremendamente liberadora.

    Un abrazo enorme,

    Lorena

  4. Sabias y grandes palabras, un gran reto de vida…un reto de SER. Quitar todas las máscaras y llegar a tu YO real sin filtros, libre

    Muchísimas gracias me ayudan mucho tus palabras para tomar conciencia de mi proceso

    Namaste <3

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