La verdad de quienes somos aparece cuando dejamos de mentirnos a nosotros mismos.

La verdad de quienes somos no está en lo bien que podemos ajustarnos a lo que el mundo dice que podemos o se nos permite ser.

La verdad de quienes somos aparece cuando dejamos de mentirnos a nosotros mismos.

Cuando despertamos a todas las formas en que nos hacemos pequeños, nos silenciamos, nos adaptamos a las limitaciones y creencias de otras personas.

Cuando somos capaces de ver todas las formas en que nos hemos rechazado a nosotros mismos y no hemos respetado nuestra propia sabiduría. Nuestra Voz. Nuestra Verdad interior.

Cambiamos cuando esa Verdad es tan fuerte que no podemos encontrar más excusas o distracciones para bajar su volumen.

Durante mucho tiempo, yo esperé a compartir esa voz y esa verdad, porque no me sentía suficiente, porque no me sentía merecedora de ocupar ese lugar.

Pensaba que tenía que esperar a que una autoridad exterior me diera permiso para hacerlo. Que otro me validara o yo me validara a través de otro. Pensé que tenía que esperar hasta ser más inteligente o más evolucionada o más profesional o a estar más preparada, a tener otro título, las tetas más grandes, el culo más duro o los dientes más blancos.

Durante mucho tiempo sentí que esas personas a las que admiraba y que hacían cosas que yo anhelaba, vivían en una esfera superior a la que yo no tenía acceso. Quería ser vista y serlo me horrorizaba al mismo tiempo. Quería lograr cosas y me aterraba intentarlas por miedo. Miedo a no ser suficiente.

El sentimiento de no ser suficiente es una losa que pesa tanto como los años que tengo. Reivindicar mi derecho a estar aquí. En este espacio, en este tiempo, simplemente porque SI. Por SER. Con la certeza de que ya soy todo lo que necesito ser.

Y la verdad, es que todavía tengo esas dudas a veces. Me pregunto cómo se recibirá lo que tengo que compartir o decir. Si será aceptado o rechazado. Si seré aceptada o rechazada.

La diferencia es que ahora puedo ver que ese sentimiento de querer salir corriendo a meterme debajo del edredón vive de una memoria. Se alimenta de todas las veces en que me rechazaron. Las veces en que trataron de convertirme en quien no era y yo no podía entender por qué no podía ser quien era y ya.

Las veces que tuve que cerrar mi corazón para poder sobrevivir. Las veces que yo misma me rechacé porque así lo aprendí.

Sí, aún tengo miedo cuando me muestro, pero lo hago, aun con miedo. Y lo cierto es que ninguna de esas voces monstruosas de mi cabeza que me decían que no lo hiciera, ninguna de esas autoridades externas, ningún gurú, ninguna de esas personas aparentemente perfectas a las que admiraba me ha traído hasta aquí.

Lo hice yo. Esa es toda la valía que necesito saber que existe.

No tenemos que esperar a ser perfectos. Tu humanidad es imperfecta. Ese es uno de sus principios. Es cruda, es real, es honesta.

Estamos hambrientos de honestidad y de verdad en este mundo de redes superficiales. Podemos detectar la falta de amor a kilómetros, la necesidad de validación y el narcisismo, que no es otra cosa que una absoluta falta de sentido del Ser y una gran fragilidad.

No esperes a convertirte en tu versión mejorada para ofrecernos el regalo único que traes contigo. No esperes a perfeccionarte y seguir castigándote para creer que mereces ese sueño, esa vida, tu visión. Porque nos estamos perdiendo lo que tienes que decir.

No tienes que justificarte. No hay nadie ahí fuera con más autoridad que tú mismo para decirte que vayas a por ello. Para que confíes en ti, te muestres, poseas tu verdad, ocupes tu lugar y reclames la soberanía de tu vida.

Lorena Cuendias

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